¿Cuál es el secreto de una relación armónica y duradera? Una teoría general del amor

12 min de lectura - 05 Feb 2018

¿Por qué nos enamoramos de quien nos enamoramos?

¿Qué mecanismos biológicos hacen posible la magia del flechazo?

¿Cuál es el secreto de una relación armónica y duradera?

Los doctores Lewis, Amini y Lannon, que llevan décadas examinando científicamente el fenómeno del amor y la conexión humana, han dado respuesta a estas preguntas en A General Theory of Love, una lectura imprescindible que integra los hallazgos más recientes de las ciencias sociales, la neurociencia y la biología evolutiva.

En este artículo, que resume los puntos clave de esta obra, vamos a realizar un breve viaje por el enigmático mundo del amor, las emociones y las relaciones afectivas.

Descubriremos los mecanismos que guían nuestras elecciones amorosas, los cambios cuerpo-mente que se producen durante una relación de pareja, por qué las rupturas activan un mecanismo biológico conocido como respuesta de desesperación (presente en todos los mamíferos)… y qué podemos hacer al respecto.

“El último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que están más allá de ella” – Blaise Pascal

Las emociones, los lazos afectivos y el amor son las raíces de todo lo que hacemos. No en vano, estos productos de nuestro cerebro límbico nos han acompañado durante más de 100 millones de años.

Aunque solemos darle supremacía a la razón sobre el corazón, lo cierto es que la corteza prefrontal (asiento del intelecto y resultado de nuestra última evolución cerebral) constantemente recibe directrices del cerebro límbico o emocional: la forma en que hablamos, planificamos, razonamos o abstraemos están fuertemente influidas por lo que sucede en nuestros centros límbicos.

Nuestras acciones y comportamientos, así como nuestros procesos cognitivos, laten al compás de la emocionalidad… y el amor.

¿Quién guía tus elecciones amorosas?

A pesar de nuestra naturaleza emocional, amor y relaciones siguen estando rodeados de misterio, pasión y drama.

¿Por qué nos resulta tan complicado? Mientras que algunos se rinden a pensar que el amor es una especie de rompecabezas, todo parece indicar que nuestros obstáculos amatorios son resultado de la inercia. Aunque nos creemos dueños de todas nuestras elecciones románticas, lo cierto es que nuestra mente está programada para reproducir patrones automatizados.

Nuestro comportamiento amoroso depende de nuestras ideas acerca del amor, y estas ideas acerca del amor están codificadas en nuestra memoria. Las memorias son experiencias que nuestro cerebro concentra en redes dinámicas de neuronas; con el tiempo, estas redes/memorias evolucionan hacia un patrón.

Cada vez que nuestra vida amorosa vive un nuevo episodio (positivo o negativo, no importa) el cerebro toca las cuerdas emocionales y conecta el pasado con el presente. Las redes neuronales que almacenan nuestras memorias son estimuladas, el patrón se activa, recuperamos aquellas experiencias… y reaccionamos automáticamente.

Nos guste o no, nuestras mentes están cargadas de inercia. Y nuestras relaciones de pareja están especialmente sujetas a esta inconsciencia.

Resumiendo: tus ideas acerca del amor están almacenadas en tu memoria, y tu memoria está formada por redes neuronales que condicionan tus relaciones.

¿Qué puedes hacer al respecto?

Empecemos comprendiendo cómo el cerebro almacena información y forma memorias. Esto es muy importante.

En primer lugar, existe una memoria explícita, que se sirve de la conciencia ordinaria, aquella que registra conscientemente lo que percibimos y experimentamos. Si memorizas esta frase, estás haciendo uso de la memoria explícita.

Pero existe también algo llamado memoria implícita, y la huella que deja en tu vida amorosa es tan colosal que más te vale empezar a familiarizarte con ella. La memoria implícita no se sirve de la realidad, sino que almacena información en base a mecanismos que todavía no llegamos a comprender (intuición, revelaciones, inteligencia natural, conciencia colectiva… o ninguna de estas, quién sabe). Por ejemplo, tu idioma es el resultado de una formación laberíntica de normas fonológicas y gramaticales que no puedes explicar pero que, como hablante nativo, conoces y sabes cómo usar. Puedes hablar gracias a que tu memoria implícita te permitió aprender tu idioma.

Y aquí llega lo realmente impactante: aprendiste a amar de la misma forma que aprendiste a hablar. Es nuestra memoria implícita quien toma las riendas de nuestra vida sentimental, condicionando nuestros comportamientos y nuestras elecciones. Por mucho que creas que a ti esto no te sucede, la ciencia tiene un arsenal de evidencia que seguramente te sacará del país del algodón de azúcar en el que tu cerebro límbico quiere mantenerte (en su libro, los doctores Lewis, Amini y Lannon recopilan varias decenas de estudios oficiales).

Detrás del brillante motor analítico de la razón y la conciencia ordinaria existe un poder silencioso, oculto, complejo y desconocido que permea todo lo que hacemos, impulsándonos a ejecutar determinadas acciones sin que sepamos muy bien por qué. Y es este misterioso mecanismo el que guía nuestras elecciones amorosas.

Nuestro comportamiento amoroso es el resultado de patrones emocionales adquiridos, aprendidos, estructurados, que funcionan por sí mismos sin que tengamos la menor idea de cómo lo hacen.

Del mismo modo que adquirimos el lenguaje de forma implícita, aprendimos a emocionarnos y a enamorarnos de forma implícita.

Cuando Cupido lanza su flecha: enamoramiento y resonancia límbica

Cada vez que conocemos a alguien, el cerebro límbico evalúa la naturaleza de las intenciones de la otra persona (agresividad, amistad, frialdad, atracción sexual…). Y de este análisis inconsciente, inmediato y secreto podemos salir enamorados en cuestión de segundos.

Una vez que nuestro cerebro límbico ha leído el estado emocional de la otra persona, empieza a tocar su melodía: envía señales a la corteza prefrontal, y es entonces cuando pensamos cosas como “oh, cuánto me gusta esta persona”. Al mismo tiempo, las señales límbicas viajan a regiones premotoras de la corteza (para planificar una acción adecuada), al sistema endocrino (para modificar el flujo de hormonas del estrés) y el cerebro reptiliano (para modificar nuestra función cardiovascular).

Así es, constantemente detectamos el estado emocional de otros y realizamos cambios fisiológicos apropiados para emparejarnos con ese estado que observamos y sentimos.

Este mecanismo biológico se conoce como resonancia límbica: una sinfonía de intercambios psicobiológicos en la que dos mamíferos se adaptan al estado emocional del otro. Nuestras mentes reverberan silenciosamente, y esta reverberación modifica nuestras funciones biológicas suavemente sin que siquiera seamos conscientes de ello.

Esta es una muy buena noticia: puede que nos enamoremos implícita e inconscientemente, pero la teoría de la resonancia límbica nos muestra que existe también una forma de hacer que este proceso sea iluminado por la luz de nuestra conciencia.

Si aprendemos a calmar la cháchara neocortical y permitimos que la sensorialidad límbica capte las emanaciones de la resonancia que nos llega de la otra persona de forma transparente y sin distorsiones, las melodías emocionales comenzarán a penetrar.

Si estamos presentes, plenamente presentes, conectaremos con esa persona. A medida que permitimos esta resonancia, comenzamos a experimentar parte de los sentimientos del otro, su particular forma de caminar por el mundo. Encontramos un punto de encuentro, un territorio emocional común.

La primera pieza para la conexión emocional es un reconocimiento límbico mutuo: tener a alguien que escuche y capte nuestra esencia emocional mientras nosotros estamos plenamente presentes para captar y reconocer la esencia emocional del otro.

La montaña rusa de las relaciones: regulación límbica y revisión límbica

Imagina ahora que la resonancia límbica ha hecho un buen trabajo: tras la primera conexión ha surgido una relación amorosa. El cuento de hadas ha comenzado. Todo es brillante y habéis decidido vivir juntos en una dulce casita de chocolate.

Es aquí cuando ciertos ritmos corporales, llamados ritmos circadianos, se sincronizan con la actividad emocional del cerebro límbico de tu pareja. Nuestra arquitectura neural coloca las relaciones afectivas en el centro de nuestras vidas, así que no es de extrañar que estas tengan el poder de estabilizar nuestros procesos psicofisiológicos.

A esto lo llamamos regulación límbica, que permite que los amantes modulen las emociones del otro, su neurofisiología, estado hormonal, humor, función inmune, ritmos de sueño…

Es decir, nuestras mentes buscan crear armonía a través de la resonancia límbica, y nuestros ritmos fisiológicos buscan sincronización a través de la regulación límbica… pero aún hay más. Un amante puede cambiar la estructura límbica de su pareja. El amor nos transforma de forma literal: a medida que compartimos una vida en pareja, los mamíferos vamos moldeando nuestra biología mutuamente. A esto lo llamamos revisión límbica.

En definitiva, ante la oscuridad de los procesos de memoria implícita que guían nuestras elecciones de pareja, poseemos 3 mecanismos biológicos que nos ayudan a crear armonía, sincronización y transformación mutua: resonancia, regulación y revisión límbica.

¿No es maravilloso?

Ruptura y separación

Ahora supongamos que, a pesar de todo lo bueno de nuestra relación, nuestros patrones inconscientes han tirado todo por tierra y el amorío llega a su fin. Nos quedamos solos en la casita de caramelo.

Sin nuestra pareja cerca, los mecanismos límbicos descritos arriba dejan de ejercer su influjo. Y dado que parte de nuestra actividad neuronal depende de la presencia del sistema límbico de nuestra pareja, todo empieza a cambiar en nosotros: nuestras respuestas emocionales, nuestros pensamientos, nuestros ciclos de sueño, nuestra fisiología… y qué decir de nuestro humor. Hasta puede que nos veamos sumidos en la tristeza y la desesperación.

De nuevo, la naturaleza tiene su explicación: cuando una cría (en el caso de los mamíferos) es separada de su madre por un período corto, su sistema límbico provoca una respuesta conocida como protesta. Si la separación es prolongada, la cría entra en un estado fisiológico de desesperación.

Y bajo desesperación no solo nos sentimos desesperados, sino que un buen número de parámetros somáticos se vuelven “locos”. Cuando nos separamos de importantes figuras de apego (como es el caso de una pareja), los mamíferos caemos en un desorden somático que puede ser sentido como algo terrible.

Aún así, no todos vivimos esta respuesta de desesperación de la misma forma. Todo dependerá de nuestra resiliencia, esa fabulosa capacidad que todos tenemos de hacer frente a la adversidad con fortaleza y claridad.

Cuando nuestros mecanismos arcaicos entran en desesperación, la resiliencia actúa como antídoto que contrarresta los efectos nocivos del estrés y la amenaza.

Observar la desesperación en calma, aceptando que forma parte de nuestra naturaleza y que tenemos los recursos interiores necesarios para transitar esta difícil etapa hará que nuestras fortalezas interiores emerjan. Aquí es donde la práctica de mindfulness se vuelve fundamental en nuestra vida.

Hacia una relación consciente

Ahora que hemos conocido los mecanismos biológicos que guían nuestras elecciones sentimentales, vamos a conocer qué podemos hacer para que estas sean más conscientes, plenas y armónicas.

Ya hemos visto que nuestras ideas acerca del amor provienen de lo que aprendimos a edades tempranas. Son ideas inculcadas por familia, sociedad y cultura. Pensamos que el amor debe ser así y debe sentirse así.

El primer paso para la libertad emocional es una toma de conciencia: nuestras ideas del amor no representan al amor. Solo se representan a sí mismas. Darnos cuenta de algo tan simple como esto nos ayudará a tomar distancia de nuestras rígidas ideas y creará la predisposición interior a responsabilizarnos de los cambios que necesitamos realizar en nuestra vida antes de aventurarnos a querer siempre cambiar al otro.

Nuestras ideas erróneas acerca del amor atraerán relaciones tortuosas. No es cuestión de suerte, sino cuestión de consciencia y actitud. Y podemos reprogramar los patrones neuronales que causan tanto conflicto. Una de las vías más eficaces para esta reprogramación es la práctica continuada de mindfulness, que nos traerá claridad mental y nos ayudará a tomar decisiones más conscientes. Podremos ver desde una sana distancia nuestras ideas y actitudes erróneas, y nos abriremos a nuevas formas de relacionarnos con esas ideas, actitudes y comportamientos.

Además, el mindfulness nos ayuda a eliminar esa cháchara mental que nos impide captar la resonancia límbica de la otra persona, facilitando una conexión emocional más genuina.

El amor no puede ser extraído, ordenado, demandado o sonsacado. Solo puede ser dado. El amor es una decisión consciente. Decidimos reconocernos y reconocer al otro. Es un acto de entrega responsable, sin reticencias.

La forma en que nos relacionamos con nosotros mismos, con nuestros propios pensamientos, sentimientos y emociones, es el pedestal sobre el que se asienta nuestra vida amorosa. Si nos entregamos presencia, presencia les daremos a los otros. Y cuando aprendemos a estar presentes, básicamente estamos aprendiendo a evitar que nuestras ideas implícitas acerca del amor vuelvan a meternos, una vez más, en otra de esas relaciones perniciosas.

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