La biología de la creencia: cómo tus pensamientos transforman tu organismo
12 min de lectura - 27 Nov 2017
Tu destino biológico no es inmodificable. Tus genes no te determinan y no eres una víctima de tu herencia.
La epigenética nos muestra que los genes no controlan nuestra biología, no controlan su expresión y ni siquiera controlan su propia actividad.
Las señales ambientales y nuestra percepción de esas señales -lo que pensamos acerca de lo que nos pasa- son los elementos que determinan nuestro comportamiento celular y la forma en que nuestros genes se expresan (un mismo gen o modelo puede expresar miles de variantes).
En un ambiente enfermo, nuestras células enferman. En el momento en que cambiamos de entorno o modificamos la percepción de lo que sucede en nuestro entorno, se recuperan de inmediato y comienzan a crecer, reproducirse y florecer vigorosamente.
“Es una señal del entorno, y no una propiedad emergente del gen en sí mismo, lo que activa la expresión de ese gen” – H. F. Nijhout.
La nueva ciencia de la epigenética
El término epigenética, acuñado por Conrad Hal Waddington y ampliado recientemente por multitud de biólogos celulares (entre los que destaca el famoso Bruce Lipton), se refiere al estudio de las interacciones entre los genes y ambiente.
La epigenética nos muestra que el ADN no determina el comportamiento celular. Son las proteínas quienes, en función de las señales ambientales y nuestra percepción e interpretación de las mismas, gobiernan las funciones de la célula. Como si de directores de orquesta se tratara, el movimiento de las proteínas administra el movimiento celular que rige nuestras funciones orgánicas.
Nuestra biología se adapta a la información ambiental que penetra por nuestros sentidos y a la interpretación que nuestra mente hace de esa información, es decir, lo que pensamos acerca de lo que nos pasa. En un ambiente tóxico, las células enferman y mueren. No están orgánicamente enfermas ni determinadas por el ADN, sino que enferman como respuesta a un entorno insano o una percepción insana del entorno.
Cuando nuestras células no funcionan correctamente, nuestro cuerpo manifiesta síntomas. Los síntomas son indicadores biológicos de que algo no anda bien con el comportamiento celular. No son el problema, sino que simplemente nos avisan del verdadero problema: la presencia de señales de amenaza (bioquímicos tóxicos o contenidos mentales tóxicos) que provocan una detención de nuestras funciones de crecimiento psicobiológico.
La biología de la creencia y el poder de la intención
El sistema nervioso es el mediador entre las señales ambientales y el comportamiento celular. Podríamos decir que es el árbitro que decide qué mecanismos biológicos activar o desactivar. Conforme a su decisión, el organismo libera los bioquímicos apropiados. Estos bioquímicos llegan a la célula, se comunican con las proteínas y les indican cómo orquestar el movimiento celular, las funciones de la vida.
Este árbitro solo puede tomar dos decisiones: protección o crecimiento. Ambos modos de nuestro sistema nervioso, simpático y parasimpático, no pueden operar al mismo tiempo. Estamos en protección o estamos en crecimiento.
El árbitro decide, pero no interpreta. ¿Quién interpreta? La interpretación de las señales ambientales es trabajo de la mente. Nuestras creencias, alojadas en nuestra mente inconsciente, modifican nuestra percepción.
La forma en que percibimos lo que nos sucede, nuestra interpretación subjetiva y nuestros pensamientos, le sirven al árbitro para decidir si debe activar el mecanismo de protección o el mecanismo de crecimiento.
Cuando pensamos que el entorno contiene amenazas (cuando nos hallamos bajo estrés, miedo, ansiedad o depresión) activamos el modo de protección, el sistema nervioso simpático. Todas nuestras funciones de crecimiento orgánico se detienen al instante, y también se detienen todos nuestros procesos cognitivos superiores. Las hormonas del estrés y los agentes inflamatorios -tales como el cortisol, la epinefrina, las citoquinas o la histamina- invaden nuestro sistema, detienen el crecimiento biológico y debilitan el sistema inmune.
Mantenernos en este modo de lucha o huida por períodos demasiado dilatados es realmente peligroso. Para conservar nuestra salud necesitamos reemplazar cientos de miles de millones de células diariamente. Si estamos constantemente en protección, esto no sucederá. El resultado: desequilibrio y enfermedad.
Cuando nos sentimos seguros y libres de amenazas, nuestro sistema nervioso activa el modo de crecimiento, también llamado Respuesta de Relajación o sistema nervioso parasimpático. La sangre comienza a fluir abundantemente en el torso y la cabeza, donde se encuentran nuestros órganos y todas nuestras funciones de crecimiento. Liberamos bioquímicos como la dopamina, la serotonina, la endorfina, la oxitocina, la vasopresina y la hormona del crecimiento, que realzan nuestra salud. Nuestro cuerpo mantiene su integridad, nuestras células se dividen con normalidad y todas nuestras funciones orgánicas operan óptimamente.
Si nuestra percepción subjetiva tan importante para el funcionamiento orgánico, seguramente te estarás preguntando: "¿Por qué percibo como percibo?"
El origen de nuestra percepción, la interpretación de la mente, se halla en nuestro sistema de creencias.
Los pensamientos que nuestras creencias generan y sostienen están íntimamente conectados con nuestra biología, nuestra genética y nuestro comportamiento celular. Nuestra mente y nuestro cuerpo son una unidad psicosomática.
Cuando la creencia mental cambia, la percepción también cambia; cuando la percepción cambia, los pensamientos cambian. Y cuando los pensamientos cambian, las respuestas neuroquímicas se transforman.
En definitiva, la mente le dice a nuestra biología lo que está pasando en el mundo y cómo debe cambiar para ajustarse a los eventos que enfrentamos.
El efecto placebo: lo que tu mente cree, tu cuerpo crea
En este estudio los pacientes debían recibir una cirugía artroscópica de rodilla para sanar sus dolencias. Mientras que un grupo recibió la cirugía habitual, otro grupo recibió un placebo que consistía en una operación falsa: el paciente salía con una incisión suturada y la creencia de que había recibido cirugía, cuando en realidad no se le había efectuado ninguna intervención. Ambos grupos presentaron el mismo nivel de mejora.
En 1950, el Dr. Wolf (ver estudio aquí) trabajaba con mujeres a las que les habían introducido una esfera gástrica. Debido a las contracciones estomacales, experimentaban intensas náuseas y vómitos. El placebo fue la administración de un supuesto fármaco novedoso con la promesa de que eliminaría por completo esas sensaciones y reacciones fisiológicas. El fármaco era en realidad “epicac”, un químico que induce el vómito. Los pacientes creyeron firmemente que este nuevo y revolucionario fármaco detendría los vómitos, y no solo hizo eso, sino que además las contracciones estomacales regresaron a la normalidad. La creencia fue el único factor de recuperación.
En 1962, los doctores Ikemi y Nakagawa realizaron un estudio con pacientes adolescentes alérgicos al árbol de laca. Con los ojos vendados, les dijeron que uno de sus brazos sería expuesto a hojas de castaño y el otro a hojas de árbol de laca. Pero en realidad lo hicieron al revés: aplicaron árbol de laca donde les dijeron que aplicarían castaño, y viceversa. A pesar de su extrema alergia, el brazo que recibió árbol de laca permaneció igual, mientras que el brazo al que aplicaron castaño presentó una erupción cutánea severa. El cuerpo manifestó lo que la mente creyó (Fuente: Ikemi Y, Nakagawa S. A psychosomatic study of contagious dermatitis. Kyushu Journal of Medical Science. 1962;13:335–350).
Recordemos que no estamos hablando de evidencia anecdótica, sino de publicaciones científicas oficiales que legitiman el increíble poder que nuestra mente ejerce sobre nuestra biología.
Mente consciente, mente inconsciente
Consciente e inconsciente son partes interdependientes de la mente que poseen diferentes formas de aprender y operar.
La mente consciente es el resultado de la evolución más reciente del cerebro, la corteza prefrontal. Es la mente creativa e imaginativa que contiene nuestros deseos, anhelos y aspiraciones en la vida. Si alguien te pregunta: "¿qué quieres en la vida?", tu respuesta viene de tu capacidad de imaginar y crear conscientemente estas imágenes del futuro deseado.
La mente inconsciente representa nuestros hábitos, programas y patrones. Por ejemplo, aprendemos a caminar a través de experiencia y repetición, pero una vez que hemos instalado este programa, se convierte en un hábito dirigido por la mente inconsciente. Cuando aprendemos un hábito, la mente inconsciente se encarga de reproducirlo de forma automática y reactiva sin que debamos pensar en ello, lo que nos ahorra tener que aprenderlo una y otra vez. Fundamentalmente, la mente inconsciente es nuestra mente programada, y posee un tremendo potencial para grabar/descargar todo tipo de programas, especialmente durante la primera infancia. Nuestras creencias son también parte de esta programación inconsciente.
Hoy sabemos que los programas negativos y redundantes afectan nuestra salud. Sin embargo, si la calidad de nuestros programas es pobre no debemos culpar a nuestra mente, sino a nuestros programas. Nuestra mente no es los programas que contiene. Podemos reescribir los programas que crean auto-sabotaje y malestar. Podemos cambiar nuestras creencias limitantes.
¿Cómo hacer esto? Si nuestros programas son el resultado de un hábito, y un hábito es el resultado de una repetición sostenida, la repetición consciente de acciones diestras y pensamientos expansivos nos permitirá crear nuevos hábitos mente-cuerpo que reemplacen a los viejos hábitos inconscientes.
Reescribiendo nuestra biología
El hábito de la práctica de mindfulness es una de las mejores formas de reescribir nuestra biología. Al enviar señales de calma y seguridad a nuestro sistema nervioso, activamos voluntariamente los mecanismos biológicos de crecimiento.
En su libro Relaxation Revolution, el Dr. Herbert Benson, uno de los pioneros de la Medicina Mente Cuerpo y la Biología de la Creencia, comparte un fascinante estudio cuyos resultados demuestran que la mente puede influir en nuestra biología hasta el punto de modificar la expresión de nuestros genes y alargar el tamaño de nuestros telómeros (en este artículo hablamos ampliamente del Efecto Telómero y las investigaciones que le valieron en Premio Nobel de Medicina a la ilustre Elizabeth Blackburn).
Este estudio, llevado a cabo en la Harvard Medical School, reunió a 19 meditadores experimentados y 19 personas sin experiencia en prácticas mente-cuerpo. De los 20.000 genes que el Proyecto Genoma Humano estima que poseemos, el grupo no experimentado mostraba la nada desdeñable cantidad de 2.209 genes con una expresión diferente a la del grupo experimentado. Estos genes estaban asociados con enfermedades y condiciones médicas relacionadas con el estrés, incluyendo la deficiencia de respuestas inmunes, varios tipos de inflamación, envejecimiento prematuro, adelgazamiento de la corteza cerebral, problemas cardiovasculares y cáncer.
Después de solo 8 semanas de entrenamiento en diversas prácticas de atención plena durante 20 minutos al día, el grupo no experimentado cambió la expresión de 433 de estos genes, acercándose a la expresión génica del grupo de practicantes experimentados. Las probabilidades de que esto sucediera sin intervención voluntaria habían sido estimadas de 1 entre 10.000 millones.
Los protocolos del Dr. Benson y su equipo ofrecen evidencia irrefutable de que las prácticas introspectivas mente-cuerpo pueden activar el interruptor que enciende y apaga la expresión génica asociada a salud y enfermedad. La mente puede influir en el cuerpo hasta el punto de sanarlo.
La práctica de la atención plena es fundamental para poder permanecer en contacto con nosotros mismos y conocernos. Cuanto más atentos estamos a nuestros propios hábitos, más claramente podemos ver y reconocer qué motivaciones nos hacen sufrir, y cuáles no. En este enlace puedes crear tu cuenta gratuita en Mindful Science y comenzar a practicar de forma totalmente guiada.
La atención directa a nuestra experiencia vital presente, el viaje de regreso a la esencia que yace en la morada interior, nos trae discernimiento, serenidad y equilibrio, autorregulando nuestra biología en tiempo real.
La práctica de la atención plena es un camino hacia el autodescubrimiento y el autodesarrollo, una vía de realización que nos libera de los modelos de pensamiento perniciosos y las conductas deshonestas, permitiéndonos regresar a un estado de equilibrio natural en nuestro cuerpo
(homeostasis) y en nuestra mente (claridad).
Resumiendo
♦ Los genes no controlan nuestra biología. Nuestro comportamiento celular y nuestras funciones orgánicas dependen de las señales ambientales y de nuestra percepción de esas señales ambientales.
♦ Si percibimos amenaza, nuestras células enferman. En el momento en que cambiamos de entorno o modificamos la percepción de lo que sucede en el entorno, las células regresan a su estado original de crecimiento y salud.
♦ Nuestra percepción es dominio de la mente, y la forma en que la mente percibe depende de nuestras creencias, que básicamente son programas alojados en nuestro inconsciente.
♦ Los programas mentales, fijados a través de la repetición y la experiencia, pueden ser eliminados y/o reprogramados.
♦ El hábito de práctica de mindfulness es una de las mejores formas de reescribir nuestra biología y regresar a un estado de funcionamiento óptimo en nuestro cuerpo y en nuestra mente.
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